El reflejo de la luna en las tranquilas aguas del estanque no es perturbado por el vuelo nocturno de las libélulas, ni por el arrullador canto de las cigarras, si no por las olas producidas por los peces, quienes consiguen alimento al abrigo de su luz.
Nadie sabe de dónde vinieron. Llegaron por miles viajando a través de las tuberías de agua, como un enjambre. Apenas se les distinguía, sin embargo su presencia era evidente por dolorosa. Se encarnaban en la piel, se introducían por todos los orificios corporales; irritando, desgarrando, alimentándose. Seguían los caminos húmedos, llegaban a meterse por la uretra y viajar hasta la vejiga, los riñones y finalmente… la sangre. La sangre es lo que buscaban con más avidez, al parecer era su alimento favorito. La víctima desahuciada no podía más que en medio de aquel terrible sufrimiento esperar la muerte o más bien, desearla. Desearla con el mismo furor y vehemencia con que ellos deseaban la sangre, la carne y la vida de su desdichada presa. Vida que tomaban poco a poco tomándose su tiempo, con la paciencia de quien sabe que ha ganado, que es invencible o inconsciente de su propia existencia como una máquina sin propósito o con el despropósito de causar el mayor dolor posible durante el mayor tiempo posible. Así como llegaron se fueron, nadie sabe a dónde.
De las apacibles y cristalinas aguas de este río a diario un refrescante sorbo bebo, es bálsamo medicinal que las cicatrices desvanece, pero que en exceso en veneno mortal se convierte, pues consigo se lleva no solo pesares y dolores, sino también dichas y placeres, distantes lugares, fugaces amores y viejas amistades. Así son las aguas de éste río, a veces apacibles y cristalinas, a veces turbias y violentas, Así son las aguas del Leteo del que a diario, un sorbo bebo.
¿Por qué pesa tanto la nada si no es más que nada? ¿Será que la nada es algo y algo es nada? Antes que la nada era el todo y después de todo… es nada. Preámbulo y destino.
Ya nadie se acuerda de los muertos, ¿será la muerte el olvido de uno mismo? Si así fuese, hay quienes estando vivos ya han muerto y quienes estando muertos aún viven.
Mi rostro es de piedra: frío, sombrío… endurecido por la indiferencia; callado, inexpresivo… enmudecido por el olvido; estoico, inamovible… resquebrajado por el tiempo; formado con tierra, forjado con fuego, templado con agua, y de frente al viento…
Te abracé nuevamente y con mis besos te arropé. Me perdí un instante en tus profundos ojos brillantes y en tu sonrisa vibrante. Era una despedida, pero aún no lo sabía. Desperté y te desvaneciste al instante. Volví a dormir esperanzado en que aún te soñaría, pero tu ausencia, fue mi pesadilla.