Me gustaría tener la certeza que tú tienes, que todo tuvo un principio y que tendrá un fin; que a las causas siguen sus efectos, que todo pasa por una razón; que no hay mal que por bien no venga, que hay un Dios, un Ser Superior.
Me gustaría tener esa fe ciega, que me de paz en toda tribulación, pensar que al final habrá justicia para cada hombre o cada nación; pero lo único que tengo es el torbellino de la duda su impulso y su desazón.
¿Cómo sabemos que algo existe? ¿Existir es lo mismo que ser real? Comúnmente consideramos que algo existe cuando tiene un realidad objetiva; es decir, tiene substancia, es material y lo podemos percibir con nuestros sentidos. En esta categoría caerían los objetos y sujetos que nos rodean, ¿pero qué podemos decir de las ideas o entidades abstractas? ¿Son reales, existen? Desde esta perspectiva nos enfrentamos a dos tipos de existencia o realidades: la objetiva y la subjetiva, sin embargo la línea que las divide, en ocasiones es muy tenue o difusa. En cierta forma la existencia objetiva también es subjetiva, pues habita como percepción en la mente de los individuos que la observan y la existencia subjetiva muchas veces es objetiva por los efectos significativos que tiene en el mundo concreto. En este sentido podemos entonces pensar en niveles de existencia; algo existirá en la medida de los efectos que tenga en la realidad objetiva del mundo. Bajo esta perspectiva podemos revisar el problema de Dios y concluir que si bien no existe de forma objetiva o al menos no hay evidencia de ello, Dios existe en tanto idea, cuanto y más por la influencia que esta idea ha tenido y tiene en las personas de forma individual y sobre todo colectiva; en su comportamiento y decisiones y por consecuencia en el mundo.
Es ineludible para quien reflexiona sobre la existencia, el hacerlo sobre la de Dios, después de todo esta idea ha sido una de las más influyentes en la historia de la humanidad, ya que la noción de lo trascendente y sobrenatural en sus múltiples variantes fue uno de los factores que impulsó a los reducidos grupos humanos primitivos a reunirse en sociedades más complejas formando civilizaciones e imperios propiciando así, el progreso humano. Esta idea, posiblemente innata, que en un inicio se manifestaba en la divinización de los fenómenos naturales, incomprensibles para el hombre de ese tiempo, evolucionó a la concepción más común, monoteísta y antropomórfica de las religiones judeocristianas actuales. Los religiosos o creyentes más dogmáticos considerarán el cuestionamiento, si no blasfemo o pecaminoso, tal vez innecesario, pues la respuesta es obvia; por su parte, los ateos también considerarán la pregunta como algo banal, la respuesta es obvia; en cambio, los escépticos se preguntarán ¿y cómo saben? y los agnósticos dirán que no es posible saber o quizá no le den mucha importancia. Y este es precisamente, el problema de Dios, el Incognoscible, el Indemostrable, quizá… el Inexistente.
¿Por qué pesa tanto la nada si no es más que nada? ¿Será que la nada es algo y algo es nada? Antes que la nada era el todo y después de todo… es nada. Preámbulo y destino.
Ya nadie se acuerda de los muertos, ¿será la muerte el olvido de uno mismo? Si así fuese, hay quienes estando vivos ya han muerto y quienes estando muertos aún viven.
El amor es ambicioso: desea con ansias y vehemencia. El amor es avaro: desea y acumula más de lo que necesita. El amor es egoísta: siempre quiere todo para sí y para nadie más. El amor es necio: no entiende de razones e insiste aunque todo esté perdido. El amor es autoritario: manda al corazón y éste, obedece.
¡Qué tan profunda no tendrá que ser la caída para que elevada sea la redención!
¿Acaso no precisó el Salvador descender al más profundo de los abismos antes de elevarse al más alto de los cielos?
¿Cuánto más deberá descender nuestro linaje para encontrar gracia en la creación? ¿Y cuánto más me privarás de tu cálida mirada que reconforta a mi corazón?
Éramos uno,
nos deseamos, contemplamos nuestro rostro y tú y yo fuimos dos;
nos separamos, surgió nosotros, tú y yo fuimos tres;
nos reflejamos, tú y mi reflejo, yo y tu reflejo fuimos, cuatro;
nos reunimos, nuestros reflejos y nosotros, fuimos cinco
y tú seis y yo siete.
Somos siete
y siete somos uno.
No hay nada comparable a la vista del mar desde la playa
o a la del valle desde la montaña,
como la de la Vía láctea en una noche estrellada.
Mi alma tiembla ante la magnificencia de la naturaleza,
se exalta ante la inmensidad
con una inexplicablemente sensación de libertad
¿Serán recuerdos de algún tiempo de ensueño
en el que le hayan sido revelados los secretos del universo entero?
desde la profundidad del mar hasta la más alta montaña
y de la luna hasta la más lejana galaxia
¿Añoranza, esperanza o vana ilusión del alma?